Las fascinantes historias de Villarejo

«Anda que no tienes historias para escribir”, “anda que no tienes historias para contar«, se dicen a cada rato, sentadas en forma de media luna, en uno de los salones del Centro de Educación para Adultos (CEPA) de Villarejo de Salvanés. Conversando entre ellas, completan las frases y los cuentos de la una, ríen a carcajadas con los relatos de la otra, como si se tratara de un diálogo teatralizado, en la que cada pieza encaja armoniosa.

En este escenario, donde sin duda se valora el conocimiento, Carmen, Victoria y Julia, toda la vida habitando este pueblo, ofrecen, a modo de fotos panorámicas, experiencias y anécdotas que todavía pululan en sus mentes. A ellas, que se conocen desde que eran pequeñas, las une la amistad y la cercanía familiar, cosechadas a lo largo de los años.

Mirar atrás es el juego al que son invitadas como parte de los “Diálogos filosóficos” que seguimos llevando a cabo. Revolver en las reminiscencias de la infancia, se traduce en rescatar la imagen de los paseos junto a sus primos y hermanos, disfrutando en los jardines alrededor de la iglesia; pero también a un hecho que permanece latente: la imposibilidad de seguir estudiando —o siquiera empezar a hacerlo—, puesto que debían asumir la responsabilidad, como mujeres (o más bien, niñas), de ayudar en la casa.

Leer, escribir y sacar cuentas, entonces era suficiente para defenderse en la vida, era la añadidura a aquello que en realidad les correspondía: colaborar con los oficios del hogar. «Antes era así, los hijos a estudiar, las hijas a fregar», coinciden. Carmen, Victoria y Julia, sin embargo, siempre cultivaron la sensibilidad hacia la lectura y la escritura, hacia el saber en general, el placer de imaginar. Cada una guarda y comparte, por ejemplo, el recuerdo de los cuentos escuchados en la niñez, el primer libro que estuvo entre sus manos y la creciente fascinación por escribir, respectivamente.

Es ahora, en la adultez, cuando rescatan estas memorias, que traspasan la belleza monumental de Villarejo de Salvanés. Aunque cuando la palabra belleza sale en la conversación y cada una se detiene a pensar en cómo definirla, son precisamente el castillo, el convento y la devoción a la Virgen de la Victoria, los símbolos que aparecen como sinónimo de sagrado y de unión. En tanto, el concepto de familia y bondad, igualmente son importantes para ellas.

En este viaje hacia el pasado de la localidad, a punto de terminar por los momentos, saltan algunas viejas costumbres: las campanas de la iglesia anunciando la muerte del vecino, el oficio de los “hojalateros” que se encargaban de construir y reparar las estufas y los pucheros, la labor de lavar la ropa en el Pozo Marcos. Entre tantas, la tradición de llamarse unos a otros por los apodos, en lugar de los nombres de pila. A propósito de ello, casi como una retahíla y con mucha gracias, nos recitan:

De las cosas de mi pueblo,

qué más os puedo contar,

los apodos que circulan

por dicha localidad,

a unos les sientan bien,

a otros le sientan mal,

lo último que yo deseo

es a nadie molestar…