El trabajo, un valor en Villarejo de Salvanés
«¿Cómo ven ustedes Villarejo?», la pregunta que inició el encuentro. «Yo a Villarejo lo aprecio. Si todos lo hicieran, sin egoísmo ninguno, pudiera haber más cosas de las que hay», la respuesta que suena, contundente, desde dos personajes que cuentan con la sabiduría que solo otorga los años. Eugenio y Julián, habitantes de Villarejo de Salvanés, hablan, sin reservas, con la autoridad de aquellos que conocen su entorno.
Estos dos personajes comparten ciertos aspectos de su vida: desde que eran pequeños tuvieron que dejar la escuela para trabajar en el campo y en el esparto. Por ello, durante esta tarde, sentados en el patio del restaurante La Tercia, se extienden a compartir las anécdotas de cuando arrancaban garbanzos y lentejas en el cerro o giraban las ruedas de los hiladores de esparto, primeras labores que imprimieron firmeza en su carácter.
Era la época en la que los esparteros cogían el esparto en los montes, con las manos destrozadas por los pinchazos, lo sumergían en unas pozas de agua para remojarlo y luego lo trasladaban desde el campo en borricos. Era la época en la que los hoyos en la tierra se hacían a punta de picos y palas, y las aceitunas recogidas en los olivos se molían con rulos.
Es cierto: decir que los tiempos cambian probablemente es un tópico; pero si de algo saben estos dos hombres es de la transformación que, con respecto al trabajo, ha experimentado Villarejo de Salvanés. Eugenio, quien durante trece años fue presidente de la Cooperativa de Aceites Pósito, relata las diferencias en el proceso. “Antes era todo manual, antes no se filtraba ni nada. Hoy hay mucha gente demandando aceite sin filtrar”.
Por otro lado, Julián, además de dedicarse a trabajar como secretario en la Cooperativa Pósito, entregó treinta años al Club Deportivo Villarejo, porque creía que este equipo era algo tan grande, que cada vez que veía el estandarte, el pecho se le hinchaba de orgullo, pues siempre quería dejar el nombre del pueblo en alto. «Yo pensaba que hacía un servicio, me parecía que el club deportivo era una de las pocas cosas que se podía destacar». Era su manera de contribuir con los niños y jóvenes, ofrecerles otras posibilidades a las conocidas.
Desde sus espacios vitales, a veces diferentes, a veces unidos entre sí, Eugenio y Julián consideran que el trabajo es el valor más fundamental. “Gente trabajadora como la de Villarejo de Salvanés, muy poca”. Muestra de ello es que el pueblo siempre ha destacado por contar con los mejores segadores. Eran como “máquinas humanas” y cada temporada recorrían distintos rincones llevando a cabo estas labores.
A pesar de la transformación y modernización de esta localidad en ciertas áreas, “Villarejo sigue siendo un pueblo —asegura Julián—. No creo que hayamos evolucionado mucho”. “Para ser ciudad debería haber industria y no hay más que dos —añade Eugenio—. Al no haber industria la gente se va, porque nadie quiere quedarse a trabajar en el campo”.
Villarejo de Salvanés, que se pasea entre la ciudad y el campo, “dijo que no a las industrias para que sus pobladores no abandonaran el campo». Sin embargo, ambos consideran que no se puede negar que la industria es lo que atrae a la gente. Recuerdan que, hace unos cuarenta años, “el coche de los obreros” salía hacia Madrid cuando el campo dejó de interesar. Después de tanto tiempo, esto no ha cambiado: los jóvenes siguen buscando nuevos destinos para trabajar. Un hecho que, confiesan, les preocupa: «Sin los jóvenes un pueblo se muere».