El papel del público en la transmisión de la cultura del esparto
Antonio Muñoz Carrión podría hacer ostentación de sus títulos: Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Diplomado en Comunicación por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y Premio Nacional de Investigación “Marqués de Lozoya” en Artes y Tradiciones Populares. Pero, cuando es momento de hablar acerca de una de sus grandes pasiones: los rituales de los pueblos, se despoja de todos ellos y hace referencia a lo que considera lo más importante: las personas.
Esta sensibilidad por la gente es precisamente la guía de nuestra conversación a propósito de su participación en el Plan de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, pues a lo largo de los años ha trabajado sobre la memoria colectiva y sus formas de recuperación, así como los rituales en peligro de extinción.
En el marco del proyecto de residencias artísticas Habitar el esparto, impulsado por Al Fresco, nos parece importante conocer su opinión sobre estos nuevos procesos de resignificación del patrimonio.
El interés por el campo de los rituales nació con los estudios sobre los carnavales de un pequeño pueblo de Orense, Laza, donde descubrió la hospitalidad de sus habitantes. “Acabé la tesis, y lo que me pasó es que sufrí una transformación, me di cuenta de que los estudios de campo no eran sólo cuestión de recoger datos, informes de personas, sino que lo que ellos me estaban dando y yo estaba recibiendo, era muchísimo más. Fue entonces cuando descubrí que el trabajo universitario dejaba de lado la relación emocional, empática y afectiva con la gente que continuó año tras años luego de haber obtenido el doctorado”.
Desde entonces ha visitado distintos lugares donde ha podido estudiar de cerca más de cincuenta rituales españoles en peligro de extinción, y comprenderlos mejor cuando el fenómeno de la desaparición afectaba a diversas poblaciones. Explica que “la gente se iba del pueblo a las ciudades, pero quienes se quedaron se resistían a perder un ritual que era su identidad, su lugar de encuentro y una obra de arte hecha entre todos. Era el principio de la democracia, acababa de morir Franco, y se vivía un proceso de desacralización de la sociedad: hubo un abandono de los rituales tanto paganos con religiosos, porque era percibido como algo solo de los pueblos. Sin embargo, lucharon con una creatividad enorme por mantenerlos vivos, sin ayuda de ningún tipo, y más adelante los grandes públicos empezaron a tener nostalgia por aquellos ritos puros abandonados antes”.
No obstante, esto trajo como consecuencia que se tratara como un “espectáculo” aquellas tradiciones que estaban hechas para mover emociones humanas, compartir experiencias, construir un “nosotros” y lograr sentir una identidad colectiva. Así que cuando empezó a publicarse en las revistas aquellas maneras de celebrar, los protagonistas se vieron invadidas por intereses turísticos, promovidos desde la gestión pública pues los políticos vincularon estas tradiciones con el dinero y el consumo, ofreciéndolas como atractivo a turistas que buscaban culturas vivas, más allá de la playa y catedrales.
“Yo creo que mezclar las emociones locales y grupales para exhibirlas y convertirlas en un recurso turístico es legítimo si lo deciden aquellos que están dispuestos a mostrarlas. Es inevitable que una fiesta forme parte de la identidad de una región y que la sociedad circundante quiera conocerlo pero que hay que administrarlo con muchísimo cuidado”.
Nuevas funciones del esparto
En ese sentido, Antonio Muñoz Carrión asegura que la promoción y la valorización de la cultura debe estar a cargo de gestores culturales, antropólogos, etnógrafos, que estudien todos los factores que envuelven la trama tradicional, donde tanto los protagonistas toman la decisión de qué desean mostrar y los públicos participan conscientemente. En el caso específico del esparto, que entra en el marco de patrimonio artesanal, establece una clara diferencia con los rituales vivos pues es un proceso que se genera de forma paulatina.
Aquellos esparteros y artesanos que conservan el conocimiento del trabajo con el esparto, pueden enseñar a los públicos desde el paisaje donde crece esa fibra natural hasta involucrarse en el desarrollo creativo. “Creo que el tema del esparto, es posible llevar a cabo dos vías: una es haciendo o siguiendo los modelos de siempre. Por ejemplo, elaborar cántaros, canastos, y como utensilios prácticos de la cotidianidad. La otra es que, aprovechando la materia tradicional y las técnicas, se produzca la innovación. Es decir, descubrir funciones nuevas en estos productos que formaban parte del mundo campesino, adecuándose a las exigencias del mundo contemporáneo”.
“Ahora es un excelente momento, tomando en cuenta la tecnología y los valores de retorno a materiales sostenibles, transformables y recuperables para pensar en propuestas que promuevan la participación de artistas sensibles con la naturaleza, para que recuperen materias como el esparto que no existen desde que apareció el plástico. Es tiempo de investigar acerca de las nuevas funciones de esa fibra, que durante décadas ha estado allí, y este es un mensaje que debe ir incorporado a los públicos. Que los públicos no vean solo un objeto. Sino que es un estilo de vida que es cultura”.
El público: garante de la visibilización de la cultura del esparto.
En este punto, cabe preguntarnos cómo se ha transformado la participación de los públicos en los rituales y si en la sociedad actual es necesaria establecer una relación distinta. Para Antonio Muñoz Carrión, era común que los públicos actuaran solo como espectadores. Pero, indica, ese modelo de comunicación ha empezado a cambiar y ha llegado, especialmente con el Internet, a volverse interactivo y horizontal, pues ahora las estructuras son reversibles. “La experiencia que tiene la gente es la de querer estar cerca de los creadores. Ya no solo queremos ir con la voz de autoridad y disfrutar de un espectáculo, sino que queremos con nuestras manos ser parte de los procesos”.
Esto está enlazado con la antropología de los sentidos que plantea: quiero ver, quiero tocar, quiero oler, no quiero quedarme de un lado. Por ello, considera que en la medida en la que un artesano o un espartero sea capaz de construir a través de talleres, paseos, muestras, entre otros, un relato que los haga partícipes de cada etapa por la que tiene que atravesar el esparto, de cómo cambia desde que está plantado hasta que está hilado, realmente se estaría traspasando el rol de esa persona que solo va a contemplar.
“Creo que ahora mismo está la tendencia entre el público de contarle a los demás: Yo estuve allí, yo hice algo. En ese sentido, es importante usar a favor del pueblo ese deseo de participación que, sin duda, hay en la gente”. El público juega un papel fundamental en la transmisión de estos valores del patrimonio cultural inmaterial. El objetivo es que después de haber tenido un contacto profundo con estas manifestaciones culturales, se sienta comprometido y responsable de transmitir un relato de lo que ha visto y ha vivido acorde con el punto de vista de los maestros y artesanos locales.