Compartir con otros está en la esencia del aprendizaje del esparto

José Fajardo Rodríguez-Fotografía de Dietmar Roth

Desde 1992 casi quinientos esparteros se han formado en los Talleres de Esparto de la Universidad Popular de Albacete. El creador e impulsor de esta iniciativa fue Juan Antonio Alfaro, agricultor que se presentó como voluntario para enseñar este oficio extendido de generación en generación. Entre sus alumnos se encontraban Arturo Ballesteros y José Fajardo Rodríguez, quienes continuaron, uno después del otro, este maravilloso legado.

Fotografía de Jorge Soldevila

A propósito de las VI Jornadas de “Esparto, naturaleza y cultura”, que se han venido desarrollando desde el 15 hasta el 28 de febrero en la Casa de la Cultura José Saramago de Albacete, conversamos con José Fajardo Rodríguez, profesor del aula de Naturaleza, y el actual encargado de dirigir estos talleres, que tienen tres objetivos: investigación, formación y divulgación. En ese sentido, explica que principalmente la intención es que las personas investiguen, conozcan y recopilen técnicas tradicionales de cestería. “Porque nosotros trabajamos la cestería tradicional y artesanal. Visitamos esparteros y los traemos a las clases para que enseñen a la gente los puntos que hacen. Así, pasamos al segundo objetivo, que es la formación de quienes se matriculan en los cursos de esparto, donde se aprenden estas técnicas a través de una metodología participativa, circular y de intercambio. Se trabaja en corros, se comparten experiencias, y todos aprenden y enseñan a la vez, en un ambiente colaborativo donde hay alumnos nuevos y otros que tienen años”.  La idea de enseñar el esparto de esta manera, señala, está inspirada en sus orígenes, pues la forma de aprender a trabajar con este recurso siempre ha sido en círculo, juntándose con amigos y vecinos, al mismo tiempo que mantenían una conversación. “No es unidireccional, donde solo hay un formador, sino que todos podemos serlo”.

Por otro lado, habla del tercer objetivo: la divulgación; que se realiza a través de actividades como ferias, visitas al campo, encuentros y jornadas, tanto nacionales como locales, donde pueden mostrar las piezas tanto a turistas, grupos de colegio, asociaciones, etc.

Fotografía de Dietmar Roth

A lo largo de diez años de experiencia como formador de esparteros, José Fajardo Rodríguez guarda grandes anécdotas, una de ellas, el haber compartido con el último hombre en conocer la técnica de elaboración de una cantimplora romana que se encuentra en el Museo Arqueológico de Cartagena, y varias de ellas también en Albacete. Hace algún tiempo, en las visitas típicas a esparteros mayores, junto a otros compañeros, este señor les explicó, punto por punto, cómo se hacían, y ellos lograron realizar las cinco “calabazas”.

Más adelante, en una de las jornadas del esparto, le rindieron homenaje y quedó bastante emocionado cuando vio en la exposición estas cantimploras que él les había enseñado a hacer. “A los pocos meses falleció, pero fue gratificante ver continuado el legado de aquel que era el último depositario de esa técnica. Por eso, para mí la parte más interesante de las jornadas y los talleres es la parte humana. Es el punto de encuentro de gente que comparte inquietudes y motivaciones, aportando en la divulgación del oficio del esparto”.

Fotografía del Museo de la Biodiversidad publicada en Facebook

¿Qué mueve a las personas que asisten a los talleres?

Me encuentro con varias situaciones. Están los que llamamos la generación tradicional, que puede tener entre 85 y 90 años, hombres que trabajaron en el campo como pastores o muleros, y que casi todos sabían trabajar con el esparto, pero no era cestería profesional, sino que era un complemento. También está la gente que sus padres y abuelos realizaban este oficio, pero no lo aprendieron en su momento y ahora quieren hacerlo porque de alguna manera el esparto está en su seña de identidad. Luego, están los jubilados que tienen tiempo libre y esto les distrae, pero yo les digo que el esparto no se puede hacer pensando en el resultado final, sino que todo el proceso tienen que disfrutarlo.

Entonces, podríamos decir que son grupos bastante diversos…

Hay más hombres que mujeres, pero también hay mujeres. Hay más mayores que jóvenes, pero también hay jóvenes. Unos vienen y prueban y si ven que no tienen paciencia y no les gusta, se van; hay otros que están por curiosidad, aunque no tengan relación con la familia; y la gente que se queda es porque disfruta de lo que hace con las manos. Empezamos con las técnicas más sencillas hasta llegar a cosas más complejas. Es cierto que la diversidad en el grupo enriquece porque hay diferentes puntos de vista y antes lo que era una necesidad práctica, se ha convertido también en una afición.

Durante este tiempo a cargo del taller, ¿qué es lo que más ha aprendido?

Creo que el formador siempre es el que más aprende. Yo tengo que estar pendiente de las nuevas técnicas y los participantes del curso, cuando aprenden algo fuera, luego me lo enseñan a mí. Yo empecé con Juan Antonio y poco a poco he ido aprendiendo cosas diferentes, pero siempre le digo a los alumnos que tienen que ir un paso delante de mí.

Más allá de las técnicas, ¿qué nos dice de los valores que se van forjando?

Claro, esas son otras cosas que también se aprenden. Por ejemplo, de los esparteros que hemos ido visitando a lo largo de los años, te encuentras gente que quiere compartir lo que sabe. El compañerismo es importante, en la gente mayor veo mucha solidaridad y cómo se ayudan unos a otros. El tema del esparto, aparte de que pueda convertirse en una artesanía, en el proceso se aprenden valores. Es una oportunidad para trabajar la paciencia. Como digo: más allá del trabajo final, en el camino se aprenden muchas cosas.

Fotografía de Jorge Soldevila
Fotografía del Museo de la Biodiversidad publicada en Facebook

Además del valor ornamental, ¿cuál es la importancia del esparto como recurso natural?

El esparto, como recurso natural, tiene muchas posibilidades. Lo que pasa es que no se está usando con todo el potencial que tiene, no porque no sea bueno, sino por cuestiones de mercados y de productos con mejor precio. Pero es un recurso renovable; y ahora que hablamos tanto de los plásticos, en la medida que podamos sustituirlos, no podemos descartar que a corto o medio plazo, el esparto se pueda utilizar en lugar de productos que crean problemáticas ambientales. Es cuestión de que sea una alternativa real.

¿En el taller de esparto está presente el crear esta conciencia ecológica?

El curso es totalmente práctico, pero sí que es cierto que al comienzo, a modo de introducción, se habla de la importancia ecológica de los espartizales y de cómo el rescate del esparto es una medida viable.

Fotografía de Dietmar Roth

¿Por qué es importante transmitir estos conocimientos?

Nosotros tenemos un hombre que sigue haciendo esparto, con 102 años, en Albacete. El contacto con personas como él, que aprendieron la técnica del esparto por necesidad, es una experiencia que nos enriquece, porque vemos cómo la vida ha cambiado. Estamos viviendo en ese punto de inflexión, en ese cambio de paradigma entre la cestería y el esparto, buscando un nuevo uso. Para nosotros es fundamental, casi una obligación, conservar esa sabiduría popular y dotarla de un nuevo sentido, para que no se pierda.

¿Cómo cree que las futuras generaciones asuman la salvaguarda del esparto?

Yo creo que estamos en un momento en el que se ha dejado atrás el ignorar el valor de las piezas y dejar de asociar el conocimiento de estas prácticas a “la incultura”. Creo que poco a poco va a entrar como una valoración nueva de nuestras raíces. Antes sucedían casos en los que cuando tocaba hacer limpiezas de las cámaras en los pueblos, simplemente las piezas amontonadas de esparto las tiraban o las quemaban. Pero eso ha dejado de pasar, porque el que lo ha quemado no ha sido nunca el que lo ha hecho pues sabe el valor que tiene. Es algo que está relacionado con el respeto y con el valor que le das al trabajo del otro, y es lo que a estas generaciones y a las futuras, buscamos inculcarles.